martes, 4 de diciembre de 2007

Kithira, madrugada del día 3, del último mes de este año.

Mí siempre bien amado Hipólito.

En la desazón que trae la espera de saberte lejano, pese a la cercanía, de creerte mío cuando me eres mundanamente ajeno, no hay dioses que valgan. Esta realidad que se nos exhibe y que se sirve a la mesa en el día a día, nos supera. Y pese a mi resistencia a las cosas más baladíes, he de confesarte que no estoy del todo plena, así lo dudes, existieron motivos para emprender la huída.

No radical, no absoluta, siempre mediamos con la realidad. Ella oficia como testigo de hecho y nos encaja de nuevo en otro rol ,que pasiva o activamente, nos viste y nos hace andar nuevas sendas, buenas o malas, largas o cortas, tortuosas o impregnadas de dicha, pero al fin y al cabo rumbos por los que transitan nuestras esencias.

Sobre los afectos te hallo la razón. El estar lejos de Itaca, ha permitido que aprenda a divisar otros ángulos que antes me parecían propios y que sólo, con la distancia dada por la reflexión y el desapego, aparecen en medio de la nada. En fin, por afectos, hemos librado y libraremos batallas hilvanadas con distancias, amalgamadas con pesares y tejidas con silencios y palabras impropias.

Y ciertamente, poco o nada me interesan en esta nueva alba, en la que por otras circunstancias, Pasífae ya no está. Ella, que amorosa me impregno la vida, hoy no puede con su piel acariarme en este mundo. Salve Dios, que me impregno de su talante y compartió con afecto su visión de vida, por eso pese a las vicisitudes propias de ser, hacer y tener, trato incansablemente de lograr que cada nueva jornada sea de alguna forma un homenaje a su gran memoria.

Solo para tus ojos, solo por tus palabras, mis manos se extienden en este lienzo hacia ti.

Añoro saberte cerca.