Querida Fedra,
Aun recuerdo tus miradas de fuego en medio del comedor, que frente a mis ojos desnudantes de adolescente se sonrojaban como una quinceañera. Un juego que comenzó ingenuo, sin pretenciones, de muta complicidad. Sin siquiera escondernos frente cualquiera o los demás.
Aun recuerdos tus insinuaciones de fina coqueteria que me hacian temblar de contradiciones y huir desesperado a mi cuarto porque prefería el alivio azaroso de una masturbacón, que caer siquiera, bajo las tentaciones de la carne, y más cuando la carne en cuestión era la de mi madrastra, la esposa de mi padre Teseo, la compañera de un héroe que por sus hazañas, será simpre inmortal. Pero creía que era yo, el que enfermo adolescente, tenía elucubraciones inmorales con una mujer madura, y no tu, alucinada y enfermiza, la que me seducia sin que yo lo supiera.
Miradas, frases, caricias, ternuras, abrazos, conversaciones sencillas y profundas al mismo tiempo. Todo era tan normal, tan infantil, tan ajeno a la realidad erótica que luego nos robó los días, los sueños y la imaginación.. y que hoy me martirizan cada día de mis días.
Pero habrías de proparsarte y llegar desnuda a media noche a mi cuarto aquel día, que mi padre ausente nos dejó en aquel hotel de paso... Estabas hirviendo de amor y pidiendome que te poseyera y con violencia me arrojaste al piso, me desgarraste las vestiduras, me arrinconaste en el cuarto de baños, me mordiste y lamiste como un animal hambriento dispuesta a devorarse todo sin dejar nada para siempre. Y entonces, me llegó la tragedia personal, el dolor interno, el odio y la rabia hacía mí mismo. !Maldita sean las horas de lealtad, fidelidad y temor a los dioses y a mi padre! ... y claro, cometí el pecado de rechazarte no sin probar de tus babas, de tus mieles y tus mordiscos, no sin antes dejarme martirizar, arrastrar la hombría por las aguas de las ganas que en ambos anudaba.
Si, aun recuerdo tu cuepo desnudo, de piel suave, de senos grandes, de olores infinitos, de mirada incandecente y esas manos calientes buscando mi falo. Eras el diablo en persona, era el diablo que nos posee y que se manifiesta a través de la livido, y que cuando se nos impone, acalla la inteligencia, ciega la cordura, invisibiliza la educación y ya nada importa. Tu vulva gelatinosa, tus besos, mordizcos y dedos me desgarraban desde los huevos hasta el alma misma. Era lujuría de madrastra, de viudez, de mujer pecaminosa que se arrastraba con pasión, a grito limpio, a sangre y golpes por el cielo de los que desean, de los que arden en deseos.
Si no huyo esa noche, hoy, me tendría a mí mismo como escoria. Porque con la dignidad perdida, jamás hubiera podido volver a verme en el espejo. Que tal..
Pero no puedo dejar de decirte igualmente, mi querida Fedra, que cada vez que me toca el turno de que los deseos, como el diablo me posean como si fuera una fiebre invisible; que cada vez que mis manos se erizan ante cualquier roce de cuerpos, mi cuerpo tiembla y mi falo grita tu nombre como si fueras un barco al otro lado del mar. No puedo dejar de decirte, ahora que estoy lejos de ti, que no te quiro tocar jamás por respeto a las cosas divinas que me han enseñado, pero que mi mente no puede dejar de expresar su amor, su deso y su arrechera sin pensar en esa noche grotezca, jubilosa, e increible de éxtasis supremo.
Las mujeres como vos, tan desconocidas para los hombres, se vuelve imposibles de olvidar. Y te lo dijo como un guerrero que ha ido buscando el amor, la plenitud y la vida por mil camas y mil bocas, por mil ciudadades y miles de mujeres que no dejan de ser otra cosa que un rara y olvidada colección de polvos mal hechados.
De ti aprendí, que la infidelidad femeninan duele y arde, en el corazón de los hombres, como nada y todo en el mundo. Más que la castración, más que una patada en... donde sabemos.
No mereces el olvido, pero tampoco te perdono.